6 de enero - San Carlos de Sezze.
Religioso franciscano.
Martirologio Romano: En Roma, san Carlos de Sezze, religioso
de la Orden de los Hermanos Menores, el cual desde
la infancia se vio obligado a ganar el pan cotidiano,
e invitaba a sus compañeros a imitar a Cristo y
a los santos. Vestido con el sayal franciscano, se entregaba
largamente a la adoración del santísimo Sacramento del Altar (1670).
Fecha de canonización: 12 de abril de 1959 por el
Papa Juan XXIII.
Algunos escritores modernos
han llamado la atención de los teólogos místicos hacia este
lego franciscano, antes casi desconocido a causa de quedar todavía
inéditos en su mayor parte sus numerosos escritos, que son
cuarenta entre tratados y cartas; solamente seis, y no ciertamente
los más importantes, merecieron el honor de la imprenta.
Nació este
santo varón en Sezze, hermosa villa de la provincia romana,
el 22 de octubre de 1613, de padres muy pobres
de bienes temporales pero muy ricos de virtudes, los cuales
le procuraron únicamente la instrucción elemental, que bien pronto tuvo
que interrumpir para dedicarse a la guarda de las ovejas,
lo cual empero sirvióle admirablemente, como a otro Pascual Bailón,
para el ejercicio de la oración y la lectura de
libritos piadosos. Visitaba con frecuencia la iglesia de los Frailes
Menores, no muy lejana de su casa, y al contemplar
en ella los toscos cuadros de los beatos (hoy canonizados)
Salvador de Horta y Pascual Bailón, legos españoles de la
expresada Orden, sentía tal entusiasmo que, como escribió después, exclamaba:
«Si yo llego a entrar en esta religión imitaré a
estos santos: pasaré las noches en la iglesia y haré
asperísima penitencia».
Cayó luego en muy grave enfermedad, la cual fue
causa decisiva de su vocación religiosa, de modo que a
los diecisiete años de edad pidió licencia para entrar entre
los religiosos franciscanos de la provincia de Roma en el
estado laical, lo cual consiguió después de larga y dura
prueba, siendo enviado al convento de Nazzaro, donde vistió el
pobre sayal de San Francisco el día 18 de mayo
de 1635, empezando luego el noviciado. Pasado el año de
probación entre rigurosos ejercicios de penitencia y grandes tribulaciones espirituales,
algunos religiosos profesos estaban perplejos en permitirle o negarle la
licencia para pronunciar los tres votos perpetuos, dudando que pudiese
sostener el peso de la vida regular. En esta lamentable
situación acudió el devoto joven a la Virgen Santísima, de
quien había recibido ya tantísimos favores; esta clementísima Madre vino
sin tardar en su auxilio, de modo que, desapareciendo aquellos
temores, pudo el día 19 de mayo de 1636 consagrarse
por siempre al Señor, cambiando el nombre de Juan Carlos
por el de Carlos de Sezze.
La vida del fervoroso lego
después de su profesión fue bastante sencilla, residiendo sucesivamente en
los conventos de Morlupo, Ponticelli, Palestrina, Carpineto (patria del futuro
papa León XIII), San Pedro in Montorio de Roma (en
gran parte edificado por los Reyes Católicos Fernando e Isabel)
y San Francisco a Ripa, que conserva el recuerdo de
la habitación de San Francisco y donde Carlos de Sezze
falleció santamente el día 6 de enero de 1670. Morando
en Morlupo tuvo una tremenda visión que lo alentó en
el progreso de la vida contemplativa; en Ponticelli dióse enteramente
al ejercicio que llamaba «la confianza en Dios» o la
pequeñez espiritual, a guisa de un niño descansando en el
regazo de su madre y que tanto recomienda el Santo
en sus escritos. Bien pronto le cautivó otro ejercicio saludable:
rogar todos los días por la propagación de la fe
en los países paganos, deseando además derramar en ellos la
sangre por Cristo, y al efecto pidió y obtuvo partir
como misionero para las Indias de patronato portugués; pero al
ir para allá le sobrevino una grave enfermedad, por lo
cual fue trasladado a la enfermería de San Francisco a
Ripa, llorando amargamente porque no podía acompañar a los que
salían destinados a aquellas misiones.
En aquel tiempo la provincia romana
abrió un convento de retiro en Castelgandolfo, donde los religiosos
vivían con extraordinaria austeridad, muy semejante a la de los
antiguos anacoretas; allí acudió nuestro Carlos con permiso de los
superiores; pero por lo visto el sitio no era muy
sano, así es que poco después, esto es, en 1643,
hubo que cerrar aquel convento a causa de las enfermedades
contraídas por algunos religiosos; por lo cual el siervo de
Dios fue trasladado a Carpineto, donde pudo dar pruebas de
su heroica caridad durante la terrible epidemia que devastó aquella
región. Viósele muchas veces asistiendo a los pobres apestados más
peligrosos, sin cuidarse de su propia salud y también cargando
sobre sus espaldas a los muertos para darles cristiana sepultura.
Dios permitió que, en vez de premio por tanta abnegación
y sacrificio, recibiese una pública reprensión y fuese trasladado al
convento romano de San Pedro in Montorio para encargarse del
oficio de sacristán y, más tarde, del de cuestor de
limosnas en la misma capital. Ejercitando este último humilde servicio
recibió de Jesús Sacramentado el más estupendo prodigio de su
vida, que le mereció el título de «Serafín de la
Eucaristía», pues que entrando una mañana en la iglesia de
San José «de Capo de Case», situada cerca de la
actual plaza de España, y oyendo allí en compañía de
algunos fieles y todo absorto en el amor de Jesús
el santo sacrificio de la misa, al llegar el acto
de la elevación un rayo luminoso partió de la hostia
sagrada hiriendo el costado del Santo hasta penetrar su corazón
–cuya señal se observa todavía actualmente–, con lo cual cayó
el extático lego en un admirable deliquio de amor y
dolor, como él mismo refiere en su autobiografía. Desde este
momento la vida de fray Carlos fue eminentemente eucarística, de
modo que frecuentemente, después de la santa comunión, experimentaba largos
coloquios e íntimas comunicaciones con Jesús, a quien tanto recreaba
el fervor y sencillez columbina de su siervo.
Este fidelísimo hijo
del «Pobrecillo de Asís» fue decorado con el don de
milagros: numerosísimos enfermos recobraron la salud mediante las oraciones que
por ellos elevaba al Señor, a la Virgen Santísima y
al entonces Beato Salvador de Horta, taumaturgo catalán, cuya devoción
habían propagado por Italia los franciscanos de Cerdeña, en cuya
capital había fallecido en 1567, y en este mismo tiempo
trabajaba en Roma para su canonización el Beato Buenaventura de
Barcelona, lego también fallecido igualmente como su compatriota en tierras
italianas. El mismo Carlos de Sezze refiere difusamente unos veinte
milagros obrados por él mediante una reliquia del prodigioso franciscano
de Horta, que llevaba siempre consigo. Estos milagros, lo mismo
que sus excelsas virtudes y maravillosas profecías, hicieron popular en
el Lacio el nombre de fray Carlos, de modo que
hasta algunos cardenales y papas lo colmaron de obsequios. Predijo
el honor del Papado a los purpurados Chigi (Alejandro VII),
Rospigliosi (Clemente IX), Alfieri (Clemente X) y Albani (Clemente XI);
otros pontífices lo invitaron no pocas veces a su corte
para aprovecharse de sus sobrenaturales consejos y espiritual doctrina.
Maravilla causa
ver en Carlos de Sezze, que solamente había aprendido a
leer y escribir, una doctrina mística tan sublime, que algunos
escritores modernos la comparan a la de Santa Teresa o
de San Juan de la Cruz, proclamándolo uno de los
mejores autores de la misma disciplina en el siglo XVII,
dotado ciertamente de ciencia infusa. Es verdaderamente un escritor fecundo.
No se han conservado todas sus obras, pues sabemos que
estando en Carpineto su confesor le mandó quemar un libro
de meditaciones, lo cual ejecutó sin resistencia alguna, y otro
confesor suyo, el padre Antonio de Aquila, el cual nos
ha dado la primera lista de los mismos escritos, asegura
que había otros ya entonces perdidos. De todos modos, los
que existen actualmente dan derecho a proclamar a San Carlos
autor espiritual de grande fecundidad y seguro magisterio.
Entre sus obras,
estudiadas recientemente con utilísimos detalles por el docto padre Jaime
Heerinckz, descuellan por su importancia: Le tre Vie, tratado sobre
la vía purgativa, iluminativa y unitiva; Cammino interno dell´anima; Discorsi
sopra la vita di N. Signor Gesù Cristo; Sacro Settenario,
que, según dice el mismo autor, la seráfica madre Santa
Teresa de Jesús se lo dictó textualmente; finalmente la obra
más extensa y de mayores vuelos: Le grandezze della misericordia
di Dio in un anima diulata dalla grazia divina, que
es su autobiografía, compuesta por inspiración divina y por mandato
de su confesor. El Santo trabajó en esta última obra
desde 1661 hasta 1665, mientras residía en el convento romano
de San Pedro in Montorio. Describe en ella su propia
vida y sobre todo las gracias que había recibido del
Altísimo desde su infancia a la edad de cincuenta y
dos años. El libro está dividido en siete partes y
en ciento doce capítulos, su materia está saturada de preciosas
ideas y descripciones importantes no solamente por lo que se
refiere a la vida del autor, sino también y principalmente
por la multitud de fenómenos místicos y muy extraordinarios, en
esta voluminosa obra descritos, y que pueden ser utilísimos a
los cultivadores de la ciencia mística.
La doctrina espiritual de este
siervo de Dios es siempre sólida y sustancial; y a
pesar de que su autor no pudo dedicarse a estudios
de alta teología, trata de ella de una manera maravillosa,
describiendo sapientemente los grados más elevados de la mística católica,
de modo que en este sujeto verificóse de nuevo la
verdad de la sentencia evangélica según la cual el Señor
esconde los misterios divinos a los sabios del mundo y
los revela a los párvulos de espíritu.
Murió el Santo en
el convento romano de San Francisco a Ripa en la
fiesta de los Reyes de 1760, después de pocos días
de enfermedad, durante la cual recibió, arrodillado en el suelo,
el divino Viático, confortado con una celestial visión del Salvador,
de la Virgen Santísima y de muchos ángeles. El papa
León XIII lo elevó a los primeros honores de los
altares en 1882 y Juan XXIII lo canonizó en el
año 1959 juntamente con la barcelonesa Joaquina Vedruna de Más,
fundadora de las Carmelitas de la Caridad.
Su sepulcro se
venera en la iglesia franciscana de San Francisco a Ripa,
pero el corazón incorrupto, con la señal de la cruz
impresa en el acto del prodigio eucarístico referido, se conserva
en la capilla del convento llamada de San Francisco.
Fuente: http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=15070
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