Laico
Martirologio
Romano: En Londres, en Inglaterra, san Eduardo, apellidado el Confesor,
que, siendo rey de los ingleses, fue muy amado por su eximia caridad, y
trabajó incansablemente por mantener la paz en sus estados y la
comunión con la Sede Romana (1066).
Etimología: Eduardo = Aquel que es un guardián glorioso.
Eduardo, nieto de San Eduardo
llamado el Mártir, nació en 1004 en Islip, cerca de Oxford. Su padre era
el rey Etelredo II, llamado el Desaconsejado. Siendo todavía niño, tuvo
que emprender el camino del destierro y vivió del 1014 al 1041 en
Normandía con unos familiares de su madre.
Se dice que hizo el voto de ir
en peregrinación a Roma si la Divina Providencia lo llevaba de nuevo a
su patria. Cuando esto sucedió, Eduardo quería cumplir fielmente el
voto, pero el Papa lo dispensó. El dinero que iba a gastar en el viaje
lo dio a los pobres y otra parte del mismo lo dedicó a la restauración
del monasterio al oeste de Londres (west minster, hoy Westminster).
A pesar de los fracasos
políticos de su gobierno, Eduardo rey de Inglaterra del 1043 al 1066,
dejó un vivísimo recuerdo en su pueblo. Las razones de esta veneración,
que continuó con los siglos, hay que buscarlas no sólo en algunas
medidas sabias administrativas, como la abolición de un pesado impuesto
militar que agobiaba a toda la nación, sino sobre todo en su
temperamento suave y generoso (jamás un desacato o una palabra de
reproche o un gesto de ira ni siquiera con los súbditos más humildes) y
en su vida privada.
Un año después de su
coronación se había casado con la cultísima Edith Godwin, hija de su más
terrible adversario del barón Godwin de Wessex.
Había sido una hábil jugada
política de su suegro, pues tenía la esperanza de que Eduardo, a quien
ya llamaban “el Confesor”, le confiaría la administración del gobierno
para dedicarse con más libertad a sus oraciones y a la meditación.
El plan, demasiado sutil, sólo
tuvo éxito en parte, porque hacia 1051 el barón fue desterrado y la
reina fue encerrada en un convento. Pero sólo fue un paréntesis, porque
el acuerdo entre Eduardo y la reina era muy profundo, hasta el punto
que, según los biógrafos, los dos habían hecho de común acuerdo voto de
virginidad.
La solemne inauguración del
famoso coro del Monasterio de Westminster, que él mismo había
financiado, tuvo lugar el 28 de diciembre de 1065. Pero el rey ya estaba
gravemente enfermo.
Murió el 5 de enero de 1066 y
fue enterrado en la Iglesia de la abadía recientemente restaurada.
Pronto hubo muchas peregrinaciones a su tumba. En el reconocimiento de
1102 encontraron su cuerpo incorrupto y el 17 de febrero de l161 el Papa
Alejandro III lo incluyó en la lista de los santos. El día de su fiesta
coincide con la fecha en que Santo Tomás Bechet trasladó solemnemente
sus reliquias al coro de la misma Iglesia.
Hoy, a la distancia de casi diez siglos, aún Inglaterra llama a su Corona "de San Eduardo".
No lo tuvo fácil ¿verdad?
Recuerdo ahora ese maravilloso refrán castellano que dice: "Todos los
días son buenos para alabar a Dios".
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