03 de agosto - Beato Ricardo Gil Barcelón.
Sacerdote y Mártir.
Martirologio Romano: En Valencia, España, Beatos Ricardo
Gil Barcelón (sacerdote) y Antonio Arrué Peiró (postulante),
miembros de la Congregación de la Pequeña Obra de la
Divina Providencia, asesinados por odio a la fe († 1936)
Fecha
de beatificación: 13 de octubre de 2013, durante el pontificado
de S.S. Francisco.
Madrugada
del 4 de febrero de 1910. Un humilde sacerdote sale
de la iglesia de "Sant´Anna dei Palafrenieri" en el Vaticano
para iniciar una de sus jornadas, llena de fatigas entrelazadas
con incesante oración.
Las iglesias están todavía cerradas; las calles desiertas;
el viento mordaz sacude los residuos perezosos de la noche.
A buen paso se encamina hacia la estación y llega,
mientras la claridad del día va extendiéndose, a la avenida
Vittorio Emanuele, cerca de la fuente de la "navicella", al
lado de la calle. Este cura del norte mira alrededor,
nunca saciado, fascinado por la grandeza cristiana de Roma, motivo
de sentimientos y sincera oración. Delante de la nueva iglesia
inclina la cabeza vertiendo una invocación a su querido San
Felipe Neri, "Pippo bono", como también suele llamarle.
La vista se
alza para contemplar fugazmente la magnífica fachada diseñada por Rughesi.
De rodillas y casi encorvado sobre el peldaño delante del
postigo aún cerrado, hay una masa negra, inmóvil. Una figura
en actitud absorta y casi arrebatada. Don Orione
- era Él este cura del norte - se siente
empujado a acercarse; tiene la impresión de que sea un
sacerdote: sus manos juntas y una profunda piedad se lo
hacen creer... Es de estatura superior a la media; el
hábito y el sombrero están limpios pero muy pobres y
desteñidos. Sin embargo hay en Él algo que habla de
candor y firmeza en la voluntad de bien.
"¿Quién eres?", pregunta
Don Orione.
"¡Soy un hijo de la Divina Providencia!", responde el
sacerdote.
"¡También yo soy hijo de la Divina Providencia! Pues entonces
me perteneces un poco, sonríe Don Orione. Tengo una congregación
cuyos miembros se llaman Hijos de la Divina Providencia".
El desconocido
se levanta. Los dos sacerdotes se miran a los ojos:
la sonrisa de Don Orione atrae, como un imán, la
sonrisa del otro. Se ha entablado una amistad.
Se acompañan tranquilamente
en la calle todavía silenciosa, atraídos por una inmediata y
recíproca simpatía. Aceleran el paso porque es tarde para Don
Orione que no puede permitirse el lujo de perder el
tren: muchas cosas le esperan. Mientras hablan una atracción mayor
vierte al corazón del desconocido seguridad y confianza que se
resuelve en confidencia.
Es español, sacerdote. Ha venido a pie desde
Valencia, en peregrinación de penitencia, para implorar a Dios que
le enseñe el camino que debe seguir: necesita mucha luz
interior. Hasta hoy no ha hecho otra cosa que vagar
siguiendo un gran sueño de amor, de evangelización, de santidad.
"Vete
a la Iglesia de Santa Ana, preséntate en nombre mío
y espérame", concluye Don Orione. "¡Dios nos inspirará y la
Santa Virgen nos llevará de la mano!".
De este modo el
Padre Ricardo Gil entró en la Órbita de Don Orione;
y, ocurriendo todo aquello que había afirmado graciosa y proféticamente
en aquella fría mañana de febrero, terminó como un Hijo
de la Divina Providencia.
La historia de uno de tantos sacerdotes,
heroicos testigos de la fe y mártires durante la persecución
religiosa en España en 1936, se inicia así, en las
puertas del Vaticano.
El P. Ricardo Gil Barcelón había nacido en
Manzanera, en España, el 27 de octubre de 1873, en
una familia noble y desahogada. Tan brillante en los estudios
como en la música, gozaba de la vida cómodamente: caballos,
entretenimientos, alegres compañías, mitos juveniles. Volvió a la casa paterna
descontento de sí mismo, cansado de un mundo del que
apenas había visto su superficialidad y probado su vanidad.
Tomó casi
como un acto liberador la posibilidad de enrolarse en la
artillería del ejército español empeñado entonces en las Filipinas en
la lucha tanto contra los rebeldes de Mindanao como contra
el incipiente imperio estadounidense. En un momento de gran peligro,
rezó a la Virgen. La inexplicable liberación del peligro le
hizo pensar en el Cielo. En la compañía de los
militares para divertir, se puso a tocar la guitarra y
a cantar. No quisieron que sus manos manejasen ya armas,
sólo instrumentos musicales. El, inquieto, empezó a juntarlas para orar.
Entró
con los dominicos, frecuentó la Pontificia Universidad de Manila suscitando
admiración. Se ordenó sacerdote en 1904 con el porvenir asegurado:
vice-bibliotecario de la universidad y capellán de la catedral. Sin
embargo parecía faltarle algo para estar en paz. Volvió a
España, desde allí salió hacia Italia, a pie, mendigando, ayudando
a los pobres y visitando santuarios lugares de santos.
La Divina
Providencia le había dado cita, aquella mañana del 4 de
febrero de 1910 con Don Orione. Estuvo por algún tiempo
en la comunidad de los Ironistas que oficiaban en "Sant´Anna
dei Palafrenieri" en el Vaticano; se encontró con Pío X.
Había entendido por fin la fuente de su inquietud: la
santidad y la caridad.
Viajó con Don Orione a Mesina al
tiempo de la reconstrucción de la ciudad después del terrible
terremoto, y después durante 10 años en Cassano Ionio, en
Calabria, custodio del santuario de la Virgen de la Cadena
y de un grupito de huérfanos allí acogidos. Desde 1923
a 1927 en Roma, dividiendo su tiempo entre la colonia
agrícola de Santa María, en Monte Mario, y la populosa
Parroquia de "Ognisanti", fuera de la puerta de San Juan.
Vuelto a Cassano Ionio por un breve periodo, tuvo que
probar el cáliz amargo de una calumnia terrible que fue
seguida de un mes de cárcel.
Viendo en Él temple de
pionero, en 1930, Don Orione envió al Padre Gil a
España con la orden de abrir una avanzadilla de su
joven Congregación. Empezó en extrema pobreza, a la orionista: evangelio,
obras de caridad y mucha confianza en la Divina Providencia.
Para
España eran años llenos de desórdenes sociales terribles y de
persecución religiosa. Cuando en julio de 1936 el huracán anarquista
y comunista sacudió aquella región llenándola de desolación y muerte,
el Padre Gil fue respetado hasta el final porque se
ocupaba de los más pobres. Dos veces fueron a su
casa los milicianos para eliminarle como a tantos otros. Dos
veces se interpuso la gente del vecindario diciendo: "¡Es bueno,
ayuda a los pobres, nuestros hijos comen porque está Él!".
La tercera vez, el 3 de agosto, cerraron la discusión:
"¡Es precisamente a los buenos a los que buscamos nosotros!".
Un
joven aspirante, Antonio Arrué Pairó, que no estaba en casa,
vio el camión en el que habían hecho subir al
Padre. No lo dudó un momento, corrió a su encuentro
y quiso a toda costa permanecer con Él. Al día
siguiente fueron llevados juntos al Saler de Valencia. Fusilaron al
Padre Gil que a la propuesta blasfema de gritar "¡viva
la anarquía!" prefirió gritar "¡Viva Cristo Rey!". Antonio - según
el relato de un guardia - al ver caer al
Padre se arrojó a su lado para sostenerlo. Los guardias
comunistas le fracturaron el cráneo con la culata del fusil.
Fuente: http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=56851
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