02 de agosto - San Pedro Julián Eymard.
Presbítero y Fundador.
Martirologio Romano: San Pedro
Julián Eymard, presbítero, el cual fue primeramente sacerdote diocesano y
después miembro de la Compañía de María. Adorador eximio del
Misterio eucarístico, fundó nuevas congregaciones, una de clérigos y otra
de mujeres, para fomentar y difundir la piedad hacia el
Santísimo Sacramento. Murió en la aldea La Mure, cerca de
Grenoble, en Francia, donde había nacido (1868).
Nació en La Mure, al este de Francia, por
donde poco antes (1799) había pasado el papa Pío VI,
prisionero del Directorio -órgano ejecutivo del gobierno republicano francés desde
el 1795-, dando bendiciones, y poco después (1815) pasó también
Napoleón, el fugado de la isla de Elba, con cantos
bélicos triunfales. Pedro fue hijo de un labrador arruinado que
cambió el oficio por el de afilador ambulante -de algo
hay que vivir- y contrajo segundas nupcias con una buena
mujer de pueblo que le dio a Pedro nacido entre
hermanastros.
La familia no le facilita realizar su vocación religiosa;
piensan que ellos son suficientemente pobres y no están para
muchos dispendios, que es imposible prescindir de la ayuda que
el hijo debe reportar al peculio familiar y afirman que
también se puede agradar a Dios sin necesidad de buscar
situaciones extremas. Pedro él es terco en su deseo. A
escondidas va alternando el oficio de afilador con estudios ocultos.
El
P. Guibert -futuro cardenal de París, ahora sólo un sacerdote
joven-, ha pasado por el pueblo cuando Pedro tiene ya
dieciocho años y, conociendo las delicadezas de Pedro con la
Virgen María, avivó el incendio interior facilitando que el chico
pudiera entrar en el noviciado de María Inmaculada de Marsella;
pero una enfermedad lo puso al borde de la muerte
y debió regresar a su casa.
Recuperada la salud, entró por
fin en el seminario de Grenoble y recibió la ordenación
sacerdotal en el año 1834. Es Cura de pueblo, estuvo
en las parroquias de Chatte como coadjutor y como párroco
rural en Montereynard; pero se muestra inquieto, como en búsqueda
continua de algo que aún no sabe. Entró en contacto
con el Cura de Ars y arraigó entre ellos una
fuerte amistad. Llegó a entrar en el noviciado de los
maristas de Marsella haciéndose miembro de la Sociedad de María;
lo hacen director del colegio de Belley, Superior Provincial, Director
de la Tercera Orden de María en Marsella, ciudad tan
revuelta por las desatadas pasiones de la primera mitad del
siglo XIX. Ejerce un intenso y amplio apostolado en la
ciudad preferentemente entre los presos, enfermos y obreros. Con la
señorita Jaricot funda un instituto que luego asumiría la Santa
Sede como la Obra Pontificia para la Propagación de la
Fe.
En un ambiente impregnado de utilitarismo, que se propone endiosar
la razón y que rezuma anticlericalismo por todos los poros,
llegando al desprecio de lo sobrenatural, Pedro se ha pronunciado
por lo que el mundo juzga despreciable, nada práctico y
cosa propia de otra época perteneciente al decrépito pasado.
Consultando
a sus superiores previamente y al papa Pío IX después,
funda la Congregación del Santísimo Sacramento que tiene como fin
la adoración continua y permanente el Señor presente en la
Eucaristía; para ello hace falta contar con sacerdotes piadosos, llenos
de fe y deseosos de adorar con hambre de reparación.
Y a ello se dedica. No le es difícil sólo
por el ambiente laico propiciado desde lo más alto del
Imperio como una de las consecuencias de la Restauración; también
le llegaron primero los cansancios y aburrimientos de los que
pensaron que aquello era una cosa más, probablemente pasajera y
sin mucha entidad; luego vinieron las incomprensiones de los buenos;
después la terrible y frecuente plaga entre los clérigos de
los celos que, como sucede casi siempre, terminaron en traiciones
y calumnias.
Pero hace falta -piensa Pedro- instruir a la
gente con verdadera doctrina porque la ignorancia es el principal
de los males que está comprometiendo la fe, la piedad,
la vida cristiana, la política y la vida social, permitiendo
la manipulación de los ignorantes. Piensa que es preciso ocupar
todos los púlpitos de las iglesias, sacar a Jesús Sacramentado
del Sagrario, pero no como una momia, sino vivo, resucitado,
presente y real. Hay que desempolvar la fe en Cristo
Salvador presente en la Eucaristía; peregrino de ella, quemará sus
energías por toda Francia, dejando tras sí asociaciones de sacerdotes,
religiosas, hombres y mujeres seglares que tengan como finalidad exclusiva
la adoración permanente a y agradecida al Señor Sacramentado.
Así
quedaron sentadas las bases para los futuros Congresos Eucarísticos el
primero de los cuales tuvo lugar en Lila, en 1881,
organizado por la antigua religiosa de la Congregación del Santísimo
Sacramento, Señorita Tamisier, cuando él ya estaba en el Cielo.
Su
actividad fue nada llamativa ni sorprendente, no llevó el marchamo
de lo cultural ni el ribete de lo social; incomprensible,
sí, para un mundo bastante cegato; pero que va al
núcleo de toda otra posible y saludable actividad porque señala
la primacía del orden sobrenatural.
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Fuente: http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=436
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