29 de julio - San Lázaro de Betania.
Amigo de Jesús, 29 de julio.
Martirologio Romano: Conmemoración de los santos Lázaro, hermano
de santa Marta, a quien lloró el Señor al enterarse
de que había muerto, y al que resucitó, y María,
su hermana, la cual, mientras Marta se ocupaba inquieta y
nerviosa en preparar todo lo necesario, ella, sentada a los
pies del Señor, escuchaba sus palabras (s. I).
La primera y principal fuente de información que
tenemos de Lázaro es el Evangelio. Vive en Betania a
corta distancia de Jerusalén, en lo que a mí me
gusta llamar una zona residencial. Su casa es también la
casa de Marta y de
María sus hermanas. Y hasta da la sensación por
el relato evangélico que no es él quien lleva la
voz cantante en la mansión. Parece que es Marta la
que maneja el cotarro diario. Alguien ha atribuido a la
mala salud de Lázaro este hecho ciertamente poco frecuente en
una sociedad en la que la mujer pintaba poco o,
al menos, no tenía mucho que decir. Tampoco quiero afirmar
que esta suposición esté avalada por el relato, ya que
bien podría suceder que la diferencia de edades entre ellos
fuera un dato a favor de la preeminencia de Marta
que quizá debió hacerse cargo de la casa a la
muerte de sus padres de quienes, por otra parte, no
tenemos ni la más mínima referencia.
El caso es que Jesucristo
visitaba con frecuencia esa casa bien cuando pasaba de un
lado a otro en sus andanzas apostólicas o cuando necesitaba
un refugio de reposo para dar descanso a su cuerpo
cansado. Allí se encontraba a gusto. Era una familia encantadora.
Con ellos no había secretos. Esperaban la llegada de la
Salvación que Dios había prometido desde antiguo y que sospechaban
inminente. Reinaba la confianza y lo mismo que abrigaban a
Jesús peregrino se hacían merecedores de la entrega de Jesús.
Un
día enfermó Lázaro, no hubo remedio entre los que suelen
aplicarse que solucionara su mal y murió. Por más que
enviaron recado a Jesús, Él llegó a Betania cuando ya
llevaba cuatro días enterrado. Acompañado de las hermanas, rodeado de
sus discípulos, contemplado por los apesadumbrados amigos que acompañaban a
las hermanas aliviando su dolor, ante el sepulcro sucede un
hecho espectacular: Jesús se emociona profundamente y llora sin tapujos por el amigo muerto. Reza y da una voz imperiosa
"¡Lázaro, sal fuera!", y el muerto de cuatro días que ya estaba hediondo sale del sepulcro; así, vive.
Luego suceden las cosas con rapidez. Los jefes del pueblo que ya tenían entre ojos a Jesús, al comprobar que es imposible ocultar lo evidente, que la gente —entre curiosa y asombrada— se desplaza a Betania para ver vivo al que habían enterrado bien muerto días atrás, que las voces son un continuo transmisor imparable del hecho y que les dejan solos, deciden acelerar la muerte de Jesús e incluyen a Lázaro en sus planes de exterminio.
Hasta aquí llega la referencia histórica sobre Lázaro.
A partir de esta maravilla grandiosa, la asombrada capacidad humana deja rienda suelta a la imaginación que se recrea poniendo al anfitrión del relato en el punto de mira de las posibilidades y comienza a generarse la fábula. Unos lo
hacen coincidir con el Lázaro de la parábola de Epulón
y terminan señalándolo como protector de lazaretos, leproserías y ulcerados;
los más osados hablarán de él como discípulo de Jesús
que llega a obispo y termina muriendo mártir de Cristo.
Otros lo hacen navegante hasta tierras galas y predicador infatigable
del Evangelio en Marsella...
Fuera de estos apéndices que a la
postre no sirven para mucho, me queda un pensamiento a
modo de pregunta que en verdad es atractivo por lo
que de misterio encierra: ¿Cómo sería Lázaro para haber suscitado
en Jesucristo tanto cariño que lleguen a conmoverse hasta el
llanto los sentimientos más nobles de su Santísima Humanidad?
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Fuente: http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=602
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