25 de julio - Beato Antonio Lucci.
Obispo.
Religioso profeso
Conventual y obispo de Bovino. Como fraile, se dedicó a la
oración y al estudio y docencia de la teología; como obispo,
cuidó la formación del clero y del pueblo y se entregó a
obras de caridad y asistencia social.
Antonio (en el siglo, Angelo Nicola Lucci)
nació en Agnone, diócesis de Trivento (Molise, Italia), el 2 de
agosto de 1682, en una familia de vida cristiana ejemplar. Siendo
todavía muy joven entró en la Orden de los Franciscanos Menores
Conventuales; emitió los votos religiosos en el año 1698;
completados los estudios humanísticos y filosóficos,
inició la teología, que continuó en Asís, junto a
la tumba de San Francisco, animado siempre del vivo deseo de perfección
religiosa. Recibió la ordenación sacerdotal el 17 de noviembre de
1705. Completó los estudios académicos con notables resultados
científicos y espirituales, hasta conseguir el doctorado en
teología.
Enseñó teología en los
Estudios Generales de San Lorenzo en Nápoles y de San Buenaventura en
Roma, transmitiendo la riqueza de su sabiduría a los alumnos, los cuales
admiraban su sólida doctrina y su ejemplo de vida religiosa; al mismo
tiempo ejerció con celo los demás ministerios sacerdotales, entre
ellos la predicación: era solicitado para el ministerio de la
predicación y lo buscaban también los pobres, a los que no negaba
nada. A la caridad para con los hermanos unía un intenso amor a Dios, a
la Virgen y a los Santos franciscanos; era siempre asiduo a la Liturgia de las
Horas y devotísimo en la celebración de la Eucaristía;
practicaba la Regla con meticulosa diligencia, asimilando los consejos
evangélicos como alimento para su fe y la vida de
perfección.
Elegido ministro provincial,
promovió la fidelidad a la vocación franciscana, a la
formación espiritual y cultural. Regente y rector del Colegio de San
Buenaventura en Roma, fue consultor de varios dicasterios de la Curia Romana;
el estudio, la oración, la predicación y la formación de
los alumnos fueron los pilares de su vida.
Benedicto XIII, que conocía sus
dotes de sabiduría y bondad, lo nombró obispo de Bovino (Foggia)
el 7 de febrero de 1729, de cuya sede tomó posesión un mes
más tarde. Se dedicó a la formación del clero; su
constante preocupación fueron las visitas pastorales. Padre y Pastor de
la diócesis, Mons. Lucci se entregó a la búsqueda de la
salvación y el bien de todos, especialmente de los más pobres,
mediante el ministerio y la promoción humana, la pastoral sacramental y
la caridad abundante en el ejercicio de su autoridad episcopal.
Murió santamente en Bovino el 24 de
julio de 1752. Rápidamente se difundió su fama de santidad, y se
inició el proceso de canonización. El papa Juan Pablo II lo
beatificó el 18 de junio de 1989 y estableció que su fiesta se
celebre el 25 de julio.
De la
homilía de Juan Pablo II en la misa de beatificación (18-VI-1989)
«Como un grano de mostaza que... es
más pequeña que cualquier semilla..., pero una vez sembrada,
crece» (Mc 4,31): la parábola evangélica refleja de modo
elocuente la vida del obispo Antonio Lucci.
De humilde hermano franciscano, entregado a
la oración como contemplativo, estudioso de teología y maestro de
las verdades de fe entre los hermanos de la Orden de los frailes menores
conventuales, educador y experto en ascética, Antonio fue pronto elegido
para cargos importantes de su comunidad. A continuación, mi predecesor
el papa Benedicto XIII lo eligió como teólogo para dos
Sínodos, como consultor del Santo Oficio y, finalmente, como obispo de
Bovino.
En esta ciudad su celo se desarrolló
como «cedro magnífico» (Ez 17,23), con iniciativas de una
caridad sin confines. Ante todo la caridad espiritual, para llevar al clero a
una vida religiosa y pastoral adecuada a las exigencias del orden sagrado y del
ministerio; luego, la caridad social y material, para la defensa de los
derechos de la gente pobre, sometida a la tierra, y para la tutela de los
débiles, víctimas de atropellos.
Por esto se hizo catequista de su clero y
de su gente, anunció el Evangelio con la límpida simplicidad del
franciscano, preparó él mismo a los niños para los
sacramentos de la iniciación cristiana; pero se dedicó,
además, a su cultura elemental, instituyendo escuelas gratuitas,
preocupado incluso de vestirlos y de ofrecerles instrumentos de trabajo. Por
ello llegó a privarse íntegramente de los bienes de la mesa
episcopal, con el deseo de dar una respuesta concreta a las apremiantes e
inagotables exigencias de la caridad en un ambiente de miseria endémica.
Como un árbol crecido, también él extendió las
ramas de sus iniciativas de caridad para ofrecer refugio y alivio a los
necesitados.
[Cf. L'Osservatore Romano,
edición semanal en lengua española, del 18 y del 25 de junio de
1989]
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