24 de julio - Beato Cristóbal de Santa Catalina.
Sacerdote y fundador.
Martirologio Romano: En Córdoba, España, Beato Cristóbal de
Santa Catalina, en el siglo Cristóbal Fernández Valladolid, sacerdote y
fundador de las Congregaciones Hospitalarias de Jesús Nazareno. († 1690)
Fecha
de beatificación: 7 de abril de 2013, durante el ponfiricado
de S.S. Francisco.
El
Padre Cristóbal de Santa Catalina 1638-1690 nace en el seno
de una familia emeritense, Mérida (España), cristiana y labradora, el
25 de Julio de 1638 y muere el 24 de
julio de 1690, en la misión heroica hospitalaria y pastoral
de los enfermos del cólera, epidemia que diezmaba la ciudad
cordobesa (España).
Educado en la Fe, la esperanza y la caridad
Cristiana, creció en los valores del Evangelio y desarrolló su
personalidad en las actitudes propias de los servidores de Dios
y del prójimo necesitado.
De mente inteligente, siempre superior a su
edad cronológica y de carácter alegre, bondadoso, paciente, dócil, fraterno,
siempre con las manos abiertas, disponible para servir. Vive su
infancia y su juventud motivado y misionado por Jesús Nazareno
para poner su fuerza joven al servicio voluntario de las
necesidades ajenas, tanto familiares como sociales, según los reclamos de
la sociedad emeritense, que en aquel tiempo sufría las consecuencias
de la guerra hispano portuguesa de 1640-1668, que ocasionaría la
Independencia de Portugal.
Voluntario para servir al Señor en el altar
como monaguillo y sacristán. Misionero voluntario en el único hospital
emeritense que quedaba y que sufría la carencia de fuerza
joven para atender a enfermos y heridos generados por la
guerra, a quienes él veía como imágenes de Cristo doliente.
Misionero,
cuando habiendo alcanzado entre muchas dificultades de tiempo y recursos,
el estado sacerdotal, es enviado como ayudante de sacerdote castrense
a los campos de batalla, para atender las necesidades espirituales
y sanitarias de los sufridos soldados. Su primer biógrafo lo
describe como “un ángel solícito por todos, en medio de
los horrores de la guerra, siendo el consuelo universal de
aquel tercio español”. Pues se arriesgaba por amor, hasta la
misma línea de fuego.
Misionero cuando sacado con vida por la
Divina Providencia, de grandes peligros, emboscadas y enfermedad gravísima que
contrajo en la misión castrense, siente la nueva llamada del
Señor y después de dura lucha deja su casa, su
familia y su querida tierra y marcha al desierto cordobés
donde Dios le llama.
Al desierto llega, enviado por el Señor
para hacerle santo, “varón perfecto” capaz de renovar la vida
eremítica de aquellos monjes, que por entonces estaba en decadencia.
Con su ejemplo convirtió el eremos en morada de hombres
de Dios. Su biógrafo dice: “El Señor sacó de Extremadura
al P. Cristóbal y lo trajo al desierto, para que
convertido, renovase la estrecha vida de aquellos monjes, y con
su vida, enseñase a aquellos hombres a caminar hacia el
cielo”. Esta era la realidad que tenía que transformar por
misión de Dios, pues la vida eremítica cordobesa estaba en
decadencia por falta de guías y maestros de vida.
Pero como
fue elegido por Dios para que llenar el vació de
los otros, cuando hubo cumplido esta misión, el Señor lo
sacó de esta soledad, y lo bajó a Córdoba (España)
para ser el remedio de las urgentes necesidades que sufrían
los pobres.
La situación descrita por los historiadores era desastrosa: “La
sociedad cordobesa estaba corrupta: llena de escándalos y pecados; de
injusticias múltiples y miseria; se abusaba de los pobres, mientras
abundaban las comilonas y vanidad de los ricos y poderosos;
Se luchaba ambiciosamente por el poder y el dinero, creando
violencia y desigualdades sociales que hundían más a los pobres
en la miseria. Clamores de vicios salían de las casas;
jóvenes libertinos y superfluos...
Sobre este desorden, despreciados de todos cundía
la prostitución para sobrevivir, los marginados y mendigos; el abandono
inmisericorde y total de mujeres ancianas, enfermas tullidas, consumidas por
el hambre , comidas de gusanos, casi difuntas, tiradas sobre
viejas y mugrientas esterillas por todos los rincones de la
ciudad sin que nadie las mirase. Lo mismo ocurría con
la infancia: huérfana, abandonada a la suerte de la calle,
a la prostitución, a veces tirada al río por sus
propios familiares, para no verles morir de hambre…”
Ante esta situación
ningún político ni titular del Reino se movía para poner
remedio. Nuestro joven ermitaño el P. Cristóbal, -que en 1670
profesara en la Orden Tercera de San Francisco de Asís
tomando el nombre de Santa Catalina-, captó la voz de
Dios en el grito de los pobres y respondió con
presteza a la llamada del Señor. Con su corazón Místico
y profeta a la vez, decidió (en 1673) “no vivir
para sí mismo “, “sino para la pública utilidad”.
Comenzó buscando
sitio para recoger a tanto pobre. Lo encontró providencialmente en
la Cofradía de Jesús Nazareno, que gratuitamente le donó su
pequeño hospitalito de seis camas, donde traía personalmente a hombros
a las pobres ancianas abandonadas, solucionaba los problemas de la
niñez y juventud abandonada y de los mendigos y necesitados
de toda clase.
El fuego de caridad de este buen samaritano
encendió la generosidad dormida de los ciudadanos cordobeses, que a
la vista de su ejemplo se volcaron en su ayuda,
con limosnas, donaciones e incluso entregándose a sí mismos como
voluntarios de su magnífica misión de amor gratuito. Con estos
y sus ermitaños del desierto fundó la Congregación Hospitalaria de
Jesús Nazareno, que dilató y extendió su obra de amor
por toda la ciudad y fuera de ella, hasta alcanzar
hoy las tierras de América.
El P. Cristóbal, optó por los
pobres, Se enraizó en su mundo, se hizo solidario amigo,
abogado, defensor; compañero de camino siguiendo al Nazareno y activando
su presencia viva entre ellos; Cercano, Padre, hermano, fiel a
la misión encomendada por el Señor puso su persona
al servicio de los más pobres y Dios bendijo su
entrega gratuita y generosa hasta hoy. Dándole recursos abundantes y
Hermanos y hermanas para continuar su obra.
Milagros de la providencia
Además
de su gran fe el Padre Cristóbal consiguió pagar a
los trabajadores de una obra a pesar de no tener
dinero gracias a la Providencia o que el pan no
faltara de la despensa.
Otro hecho que fue verificado por
todos fue la petición que las hermanas hicieron al padre
Cristóbal para "que suplicara a la caldera donde hacían la
comida para los enfermos que la cociese, ya que ésta
tenía un agujero por el que se salía el agua
y apagaba el fuego".
Conmovido por tanta fe, nuestro beato
se dirigió con candor franciscano a la caldera y le
dijo: en virtud de santa obediencia te mando que no
se cuele más el agua y deje cocer la comida
para los enfermos".
Inmediatamente la caldera comenzó a hervir y
esto llegó a oídos del obispo de Córdoba, Alonso de
Salizanes, que quiso comprobar la verdad del hecho. Y así
fue.
La gran lección de nuestro beato es su profundo
espíritu de fe.
El retorno a la casa del Padre
En
1690, el cólera infecta la ciudad. El P. Cristóbal cuida
a los afectados por la epidemia dentro y fuera del
hospital Jesús Nazareno, y queda también contagiado.
Son días de gran
dolor, que vive con paciencia y serenidad. Pide recibir la
Comunión y el sacramento de la Unción de enfermos. Sus
Hermanos y Hermanas lo cuidan, acompañan, oran y sufren. Cuando
percibe que la hermana muerte está muy cerca quiere despedirse
de todos y darles su última bendición. Con la voz
ya entrecortada, les deja su testamento:
"Pido con todo encarecimiento a
sus caridades, que atiendan ante todo a la honra y
gloria del Señor. Y procuren guardar el Instituto con gran
humildad de sí mismos y con gran caridad de los
pobres, amándose unidos en el Señor".
Pronto, abrazado a un Crucifijo,
queda descansando en la paz del Señor. Es 24 de
julio de 1690. Hermanas y Hermanos, rotos de dolor pero
llenos de fe y confianza, se dirigen a la iglesia
para postrarse ante Jesús Nazareno y ofrecerse para continuar en
el servicio a los pobres como lo han venido haciendo
hasta ahora junto al P. Cristóbal.
El Milagro para su beatificación
S.S.
Benedicto XVI firmó el 20 de diciembre de 2012 el
decreto con el cual se reconocía un milagro gracias a
la intercesión del Venerable Cristóbal de Santa Catalina, lo cual
permitió su beatificación.
El hecho se remonta a 2002, cuando
una joven cordobesa, Alicia Sánchez, embarazada de 17 semanas, descubrió
en una revisión médica que había sufrido una rotura prematura
de membranas con pérdida de líquido amniótico. Dada la gravedad
del caso y la probabilidad de perder al bebé, la
mujer fue ingresada en el Hospital Reina Sofía el Martes
Santo.
Las religiosas del Hospital Jesús Nazareno de Córdoba, que conocían
a la muchacha porque trabajaba como fisioterapeuta en la residencia
hospitalaria Jesús Nazareno, se enteraron del caso y comenzaron a
rezarle a su fundador, el padre Cristóbal de Santa Catalina,
a quien se había encomendado Alicia.
Cinco días después y tras
las pruebas diagnósticas pertinentes, los médicos del centro hospitalario comprobaron
que los problemas de la joven habían desaparecido, la bolsa
se había restaurado y el líquido amniótico regenerado. Fue dada
de alta el Sábado Santo y el embarazo continuó su
curso hasta que el niño nació sano y salvo varios
meses después.
Fuente: http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=56790
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