Pero
en el comienzo del siglo III, Septimio Severo, en un
principio tolerante, dio el primer ejemplo de un ataque directo
contra la evangelización, al decretar la prohibición del bautismo. Con
esto buscaba, no tanto detener el avance del cristianismo, cuanto
interrumpir las famosas escuelas de catequesis, como la de Alejandría
en Egipto. Esto provocó que en esta ciudad –durante el
período de mayor tranquilidad para los cristianos en todo el
vasto imperio– se viviera un corto pero virulento período de
persecución e intolerancia contra la muy numerosa comunidad cristiana.
Después
de la provocación de un charlatán alejandrino, "creo que era
el poeta del demonio y del mal", según lo relatado
por el obispo Dionisio a Fabio, obispo de Antioquía, hubo
una revuelta repentina contra los cristianos. Muchos de ellos fueron
azotados y apedreados, una virgen –Apolonia– después de inhumana tortura,
fue quemada viva. Entonces –continua relatando el obispo Dionisio– “ellos
(los perseguidores) se apoderaron de Serapión, quien estaba en su
casa, le hicieron sufrir duros tormentos que rompieron todas las
articulaciones de las extremidades y lo arrojaron, desde la planta
alta, con la cabeza hacia abajo”. La carta del obispo
es citada por el historiador Eusebio de Cesarea, cuando relata
los disturbios anticristianos que estallaron en Egipto en el año
248.
El culto de San Serapión, inexplicablemente desconocido en el
Oriente, floreció en el Occidente, ya que Floro presentó en
bloque –en su Martirologio– la historia de todos los mártires
de Alejandría, siguiendo lo mencionado en la Historia Eclesiástica de
Eusebio. Baronio inserta –en el Martirologio Romano–para el día 13
de julio un elogio a un mártir alejandrino, Serapión, mencionado
también en el Martirologio Geronimiano y en el Sinassari bizantino.
Probablemente, todos estos relatos se refieren al mismo mártir mencionado
en la carta del obispo de Alejandría.
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