13 de julio - Beato Carlos Manuel Cecilio Rodriguez Santiago.
Laico.
(1918 - 1963)
Carlos Manuel Rodríguez nació en Caguas, Puerto Rico, el 22 de
noviembre de 1918, hijo de Manuel Baudilio Rodríguez y Herminia
Santiago, ambos de familias numerosas, sencillas y de gran arraigo
cristiano. Fue bautizado en la Iglesia Dulce Nombre de Jesús en Caguas
el 4 de mayo de 1919. Fue el segundo de cinco hermanos: dos hermanas se
casaron, otra es religiosa Carmelita de Vedruna y su único hermano es
sacerdote benedictino y Primer Abad puertorriqueño.
Cuando ‘Chali’ tenía seis años, un voraz incendio consumió la
modesta tienda del papá y la vivienda de su familia. Como resultado,
perdieron todo y se vieron precisados a mudarse a casa de los abuelos
maternos. Aquí, Carlos Manuel vino en estrecho contacto con su abuela
Alejandrina Esterás, una “santa mujer” al decir de quienes la
conocieron.
Manuel Baudilio, el padre, sufrió con resignación, sin perder su fe
esta perdida y tras una larga enfermedad, murió en 1940. Doña Herminia,
al no estar en su casa propia se impuso a sí y a sus hijos un celoso
respeto y hasta cohibición, de quien está en casa ajena. Esto influyó en
el carácter reservado y tímido de sus hijos. Pero Herminia tenía la
virtud de la serena alegría iluminada por la fe dada su familiaridad con
el Señor en la Eucaristía diaria.
Es así como las primeras lecciones en la fe católica y las vivencias
de esa fe las recibe y experimenta Carlos desde muy temprano en el seno
de su propia familia. A los seis años comenzó su vida escolar en el
Colegio Católico de Caguas, en donde permaneció hasta octavo grado.
Allí conoció a las Hermanas de Notre Dame y cultivó una especial
amistad con ellas durante toda su vida. Bajo la tutela de éstas y de los
Padres Redentoristas, desarrolla su primera educación formal,
humanística y religiosa; recibe a Cristo por vez primera en la Sagrada
Eucaristía que marcaría un amor para siempre; se hace monaguillo y
posiblemente siente el llamado inicial a una vida de entrega total a
Cristo. Como monaguillo, empieza a degustar las riquezas de la fe a
través de la sagrada liturgia de la Iglesia.
Se gradúa de octavo grado en 1932, siendo el primer honor de su
clase y obteniendo la medalla de religión. Pasa entonces a cursar
estudios en la escuela superior pública Gautier Benítez en Caguas.
Durante el segundo semestre de ese curso escolar empieza a notar los
primeros síntomas de una enfermedad que sugería un trastorno
gastrointestinal: colitis ulcerosa. Este habría de causarle muchísimos
inconvenientes por el resto de su vida, y se iría agravando
paulatinamente. Ello jamás llegó a doblegar su espíritu de entrega a
Cristo y a Su Iglesia.
Más tarde, renueva su contacto con las Hermanas de Notre Dame y los
Padres Redentoristas, esta vez en la Academia Perpetuo Socorro en el
sector Miramar de San Juan, donde cursa su tercer año de Escuela
Superior (1934-35), pero su salud le impide continuar. Vuelve a Caguas,
trabaja por algún tiempo y por fin termina ambos cursos, el comercial y
el científico, en su cuarto año en la Gautier Benítez en 1939.
Se desempeña como oficinista hasta 1946, cuando decide iniciar
estudios hacia un bachillerato en la Universidad de Puerto Rico (UPR) en
Río Piedras, y logra completar un año. En 1947, a pesar de haber
aprobado con excelentes calificaciones todas las materias y pese a su
amor por los estudios, una vez más su salud le impide estudiar
formalmente: esta vez, de manera definitiva. Sin embargo los estudios
jamás terminaron para ‘Charlie’, como ya empezaban a llamarlo sus amigos
en la UPR. Él era un lector voraz. Todo le interesaba: las artes, las
ciencias, filosofía, religión, música... De hecho, tomó clases de piano
tan sólo un año, pero su interés le llevó a continuar por sí solo, hasta
tocar no sólo el piano, sino además, el órgano de la Iglesia... ¡La
música sacra que tanto aprendió a amar!
Otro de sus grandes amores era la Naturaleza. Desde niño
acostumbraba pasar las vacaciones de verano en el campo. Solía ir con
hermanos y primos de pasadía, al río o a la playa. Ya de adulto
organizaba junto a sus hermanos, caminatas de un día al campo; ligero de
equipaje, frugal el alimento, pero abundante el deseo de comulgar con
la creación entera.
Carlos Manuel trabajó como oficinista en Caguas, Gurabo y en la
Estación Experimental Agrícola, adscrita a la UPR de Río Piedras, donde
además traducía documentos. Empleaba casi todo su modesto salario en
promover el conocimiento y el amor a Cristo, especialmente a través de
la Sagrada Liturgia. Por eso, se afanaba en traducir artículos que leía
sobre la materia y que él editaba para nutrir dos publicaciones a manera
de folletos mimeografiados, Liturgia y Cultura Cristiana, tarea a la
que dedicaba incontables horas de trabajo.
Cada vez más convencido de que la liturgia es la vida de la Iglesia
(a través de la oración, la Proclamación de la Palabra, la Eucaristía y
los misterios de Cristo o sacramentos), organiza en Caguas un “Círculo
de Liturgia” junto al P. McWilliams y luego, en 1948, funda junto al P.
McGlone el coro parroquial Te Deum Laudamus.
En Río Piedras, donde sus hermanos Pepe y Haydée eran ya profesores
de la UPR, Carlos realiza su ardiente deseo de dar a conocer a Cristo
entre profesores y estudiantes de ese centro docente. Al ampliarse el
grupo de sus “discípulos” se mueve con ellos al Centro Universitario
Católico, organiza otro Círculo de Liturgia (más tarde llamado Círculo
de Cultura Cristiana). Continúa con sus publicaciones y organiza y da
forma a sus célebres “Días de Vida Cristiana” junto con los
universitarios a quienes desea que entiendan y gocen los tiempos
litúrgicos. Participa en paneles sobre diversos temas, siendo él el
portaestandarte de la vida litúrgica y el sentido pascual de la vida y
la muerte en Cristo. Organizó grupos de discusión en varios pueblos y
participó en la Cofradía de la Doctrina Cristiana. Otras organizaciones
católicas en las cuales participó fueron la Sociedad del Santo Nombre y
los Caballeros de Colón. Impartió catequesis a jóvenes de escuela
superior, aportando él todo el material que mimeografiaba sin descanso
para suplir las limitaciones económicas de sus jóvenes alumnos. Defendió
y promovió con fervor extraordinario entre obispos, clero y seglares,
la renovación litúrgica de la Iglesia a través de la participación
activa de los fieles, el uso del vernáculo y, muy especialmente de la
observancia de la Vigilia Pascual, felizmente restaurada por SS Pío XII,
para regocijo de Charlie. Todo ello, antes del Concilio Vaticano II, de
ahí que se le llame apóstol pre-conciliar de lo que vino a ser
Sacrosanctum concillium.
Muchos testimonian su desarrollo vital de la fe gracias a la
formación que le impartió Carlos Manuel unido a su modelo de entrega y
servicio. Varios otros agradecen a su ardiente celo por Cristo el haber
despertado en ellos su vocación religiosa. Quienes lo buscaban para
aclarar sus dudas o conseguir el fortale cimiento de su fe, no quedaban
defraudados. Acercarse a Carlos Manuel era como allegarse a una luz que
va iluminando cada vez más la perspectiva y el sentido de la vida a
medida que se le conocía mejor. La alegría cierta de la Pascua traslucía
siempre en su mirada y en su sonrisa y una notable fortaleza espiritual
trascendía su frágil figura. La firme convicción de su fe vencía su
natural timidez y hablaba con la seguridad de Pedro en Pentecostés. A
pesar de su salud quebrantada por tantos años, ninguna queja nubló la
alegría con que enfrentaba la vida y nos recordaba que el cristiano ha
de ser alegre porque vive la alegría y la esperanza que Cristo nos
regaló con Su Pascua: VIVIMOS PARA ESA NOCHE.
Sus fuerzas físicas decaían, pero jamás su espíritu se doblegó.
Vivía cada momento superando calladamente su dolor con el gozo profundo
de quien se sabía resucitado. Minada finalmente su salud por la
enfermedad que se diagnosticó como un cáncer terminal del recto, tras
una larga operación en marzo de 1963, padeció “la noche oscura de la fe”
pensándose abandonado de Dios. Antes de morir, re-encontró con emoción
la Palabra que estuvo perdida, la que le había dado sentido a su vida.
Su paso a la vida eterna fue el 13 de julio de 1963. Tenía 44 años. “El
13 es buen día” – había dicho antes, sin que tuviésemos noción de lo que
ello significaba. Ahora sabemos.
El Proceso de Carlos fue meteórico: Iniciado en 1992, su positio
sobre virtudes heroicas llevó a que se le declarase Venerable el 7 de
julio de 1997. El milagro, para su beatificación (curación de un linfoma
maligno no-Hodgkins en 1981) fue aprobado por SS Juan Pablo II el 20 de
diciembre de 1999: ¡En tiempo récord (tan solo ocho años) y por actores
laicos!
Fuente: http://www.aciprensa.com/santos/santo.php?id=475
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