Esposa y Madre.
Nació el año 1866 en Quinto Vicentino (Vicenza, Italia), en el seno de una humilde familia campesina. Desde joven estuvo dotada de grandes cualidades humanas y religiosas. Poco pudo estudiar, porque pronto tuvo que trabajar ayudando a sus padres. Por amor de caridad estuvo cuidando a las hijas pequeñas de un padre joven que había quedado viudo, con él se casó en 1886, y tuvieron nueve hijos; además, acogió a tres sobrinitos que habían quedado huérfanos. Convirtió su familia en iglesia doméstica, en la que se amaba y alababa a Dios. Amó y ayudó a su esposo con total entrega; cuidó y educó a todos sus hijos, incluidos los adoptados, en la oración, el temor de Dios, la bondad y laboriosidad, y fueron varios los que optaron por la vida sacerdotal y religiosa. Ingresó en la Tercera Orden Franciscana y se embebió de su espíritu, que acabó de modelar su alma. Murió en Marola (Vicenza) el 8 de enero de 1932. La beatificó Benedicto XVI el año 2005.
Eurosia Fabris, viuda de Barban, nació en Quinto Vicentino, pequeña localidad situada cerca de la ciudad de Vicenza (Italia), el 27 de septiembre de 1866; sus padres eran campesinos.
En 1870 la familia se trasladó a
Marola, otro pueblo de la provincia de Vicenza, donde Eurosia pasó toda
su vida. Sólo pudo ir dos años a la escuela, entre 1872 y 1874,
pues tuvo que ayudar a su padre en los trabajos del campo y a su madre en los
quehaceres domésticos. En la escuela aprendió al menos a leer y
escribir. Eso le permitió leer la sagrada Escritura y algunos textos de
contenido religioso, como el Catecismo y la historia sagrada.
Ayudaba a su madre en el oficio de
costurera, en el que llegó a ser experta. Dotada de grandes cualidades
humanas y religiosas, siempre estuvo atenta a las exigencias de su familia.
A los doce años recibió la
primera Comunión. Desde ese día comulgaba en todas las fiestas
religiosas, pues en aquel tiempo no estaba permitida la Comunión diaria.
Se inscribió en la asociación
de Hijas de María, en la parroquia de Marola. Asistía con
asiduidad a las reuniones periódicas del grupo y cumplía sus
estatutos con diligencia.
Cultivó una ferviente
devoción al Espíritu Santo, a Cristo crucificado, a la Virgen
María y a las almas del Purgatorio. Su amor a María se vio
favorecido por la cercanía del santuario de la Virgen de Monte Berico,
que se divisaba desde su pueblo.
Fue apóstol en su familia, entre sus
amigas y en la parroquia; enseñaba el catecismo a las niñas y a
las adolescentes que acudían a su casa para aprender el arte del corte y
confección.
A los dieciocho años era una joven
responsable, piadosa y laboriosa. Estas virtudes y su belleza no pasaron
desapercibidas, y recibió varias propuestas de matrimonio, que no
tomó en consideración.
En 1885 vivió una dolorosa
experiencia que marcó su vida: una vecina, joven esposa, murió
dejando tres hijas muy pequeñas, la primera de las cuales murió
poco después; la segunda tenía veinte meses y, la tercera,
cuatro. Con Carlos, el padre de las dos huérfanas, vivían un
tío y el abuelo, enfermo crónico: tres hombres de carácter
diverso y a menudo en conflicto entre sí. Durante seis meses, Eurosia
acudía todas las mañanas para cuidar de las niñas y
arreglar la casa. Luego, siguiendo el consejo de los parientes y del
párroco, después de orar intensamente, aceptó casarse con
Carlos, aunque era consciente de los sacrificios que debería afrontar.
Consideró ese matrimonio como voluntad de Dios, que la llamaba a una
nueva misión. El párroco diría después: «Fue
realmente un acto heroico de caridad con el prójimo».
El matrimonio se celebró el 5 de
mayo de 1886 y se vio coronado con nueve hijos.
Cumplió con la máxima
fidelidad sus deberes de esposa y madre: profunda comunión con su
marido, del que se hizo consejera y consoladora; tierno amor a todos sus hijos;
laboriosidad incansable; intensa vida de oración, amor a Dios y
devoción a la Eucaristía y a la Virgen María.
Entró en la Tercera Orden
Franciscana -hoy llamada también Orden Franciscana Seglar-, y
vivió su espíritu de pobreza y alegría en el trabajo y en
la oración, en la alabanza a Dios creador, fuente de todo bien y de toda
nuestra esperanza.
Convirtió su familia en una
auténtica iglesia doméstica, donde supo educar a sus hijos en la
oración, la obediencia, el temor de Dios, el sacrificio, la laboriosidad
y las demás virtudes cristianas.
Así se sacrificó y
consumó, día a día, como una lámpara en el altar de
la caridad.
Murió el 8 de enero de 1932 en
Marola (Vicenza).
El papa Benedicto XVI firmó, el 6 de
noviembre de 2005, la carta apostólica por la que Eurosia quedaba
inscrita en el catálogo de los beatos y en la que se establecía
que su fiesta se celebre el 8 de enero. La ceremonia de beatificación se
celebró aquel mismo día en la catedral de Vicenza (Italia),
durante la Eucaristía que estuvo presidida por el arzobispo de la
diócesis, Mons. Cesare Nosiglia, quien pronunció la
homilía de la que ofrecemos seguidamente algunos extractos.
[L'Osservatore Romano,
edición semanal en lengua española, del 11-XI-05]
* * * * *
De la homilía de
Mons. Cesare Nosiglia en la misa de beatificación (Vicenza, 6-XI-2005).
Eurosia Fabris fue un modelo de santidad
accesible a todos, porque vivió en la sencillez evangélica de la
entrega de sí y el sacrificio por amor, en el don de una vida de familia
aceptada con sus penas y sus sufrimientos, alegrías y esperanzas, en la
búsqueda continua de la voluntad de Dios. Ante las duras pruebas que se
le presentaban repetía: «¡Ánimo siempre! Hagamos la
voluntad de Dios y veréis que él nos ayudará. El
Señor nos ama tanto y ha muerto por nosotros. ¿Por qué
desconfiar de la Providencia?».
Mujer y madre consciente de sus propios
límites, pero también de la gran fuerza que deriva de la fe,
decía: «Nada es imposible a Dios, que ama a sus hijos y les ayuda
en el difícil camino terreno». Era una persona sencilla,
expresión de una familia como tantas, y sin embargo muy especial en su
existencia. Su beatificación nos enseña que en la vida concreta
de cada día, cada uno se puede santificar siguiendo su propia
vocación. Pasó toda su vida recorriendo con decisión el
camino de la caridad: enseñaba el catecismo en la parroquia y la costura
y la moral cristiana a las jóvenes del pueblo, prestaba gran
atención a los pobres, con los que compartía la comida diaria, y
visitaba a las personas enfermas. Nadie le imponía esta conducta; la
había escogido ella por amor; un amor a Dios que la impulsaba a
encontrarlo diariamente en los hermanos; una caridad que maravillaba a todos,
pero que confirma que quien vive con amor a Dios, halla caminos y tiempo para
amar a los demás.
Eurosia vivió su experiencia
familiar con la apertura de quien sabe que pertenece a una familia mayor, la de
los hijos de Dios, con la conciencia de que la fe transmitida en la familia se
debe testimoniar y compartir con cuantos encontramos. Eurosia Fabris
consideraba la familia como escuela de vida cristiana, donde padres e hijos se
ayudan a caminar hacia el Señor con la lámpara de la fe
encendida, alimentada por el aceite del amor. Dio un extraordinario testimonio
de fe que se aprende viendo los problemas existenciales como momentos de
gracia, aunque requieran llevarlos como la cruz de Cristo.
El Evangelio era la base de su vida y en
él inspiraba su conducta. También la espiritualidad franciscana,
abrazada al incorporarse a la Tercera Orden seglar, se traducía en
testimonio. Sus fuertes ejemplos suscitaron numerosas vocaciones en su familia:
tres hijos sacerdotes, dos diocesanos y uno religioso franciscano, una hija
religiosa, otro hijo que murió siendo seminarista y un hijo adoptivo
franciscano. Otros se casaron, formando a su vez una familia que vivía
plenamente su fe en Dios.
Esos hijos sacerdotes y religiosos eran el
fruto de la fe que unía a aquella familia. A diferencia de otras muchas
familias de hoy, donde la opción sacerdotal y religiosa de los hijos
representa un problema, para Eurosia la alegría de ver a los hijos
encaminarse hacia la vida consagrada para adherirse con todo el corazón
a Cristo era motivo de consolación, como lo era ver a los otros hijos
seguir la vocación al matrimonio. «Los hijos que nos ha dado el
Señor -repetía- son suyos antes que nuestros. Y si él los
quiere para sí, no podemos por menos de estarle agradecidos, más
aún, debemos sentirnos felices, pues así nos hace un gran
honor».
A Eurosia Fabris la invocaremos
también para que las familias de nuestra tierra hallen la alegría
y el orgullo de dar un hijo o una hija a la Iglesia. La Iglesia necesita una
nueva floración de vocaciones, sobre todo de jóvenes y muchachas
que busquen dar sentido a su vida y sientan el deseo de ponerse al servicio de
Dios y de los demás. Siguiendo el ejemplo de Eurosia, los padres de
familia deben animar, acompañar y sostener con la oración, el
amor y la amistad la búsqueda vocacional de esos jóvenes. Como
ella nos enseña, el ejemplo y el ambiente de vida valen más que
muchos discursos. El ejemplo de los padres, de los sacerdotes y de los
educadores, y un ambiente de intensa espiritualidad y fraternidad en las
parroquias y los grupos favorecen el nacimiento de auténticas
vocaciones.
Es necesario descubrir la profundidad del
amor de Dios escuchado y vivido con alegría en sí mismos y en el
servicio a los demás.
[L'Osservatore Romano,
edición semanal en lengua española, del 11-XI-05]
* * * * *
EUROSIA FABRIS, "MAMA
ROSA", una terciaria en el camino de la santidad por fr. Claudio Bratti, OFM
Eurosia Fabris nació en un pueblecito
de la provincia de Vicenza (Italia) el 27 de septiembre del 1866. Ya desde
jovencita se sentía especialmente atraída por la vida de
oración y la vida con Dios. La oración la llevaba a una
búsqueda constante de la voluntad de Dios y al deseo de adaptarse a
éste continuamente. A los veinte años se casó en Marola
(Vicenza) con Carlo Barban, que era viudo y con dos hijas, de 20 y de 4 meses.
Después de una perseverante oración y habiendo pedido consejo a
sus padres y a su confesor, aceptó la proposición de matrimonio
de Carlo, percibiéndola como la manifestación de la voluntad de
Dios para con ella. Se conmovió ante la situación de las dos
pequeñas, como confió más tarde a su hermano Antonio:
«El Señor mismo me ha puesto sobre este camino y yo me he dejado
conducir por Él. ¡Me he casado precisamente para sacrificarme! Me
casé con el viudo Carlo por piedad de sus tiernas hijitas; para poder
criar a estas pequeñas huérfanas. Les haré de madre y
crecerán bien, porque me he propuesto educarlas para el
Señor». Además del marido y las dos hijas, Chiara Angela e
Italia, Rosa encontró en aquella casa a su suegro y al
cuñado.
Eurosia, llamada sencillamente Rosa
(mamma Rosa), amó a las dos niñas como si hubieran sido
verdaderas hijas; tuvo con Carlo otros nueve hijos propios: tres de ellos se
hicieron sacerdotes (uno franciscano), otros se casaron formando familias
unidas y numerosas, el último entró en el seminario pero
murió mientras hacía el tercer curso en el Liceo. Chiara Angela
se consagró al Señor en el Instituto de las Hermanas de la
Misericordia tomando el nombre de sor Teofanía; la otra hija, Italia,
eligió el matrimonio.
Durante el periodo bélico 1915-1918,
se le murió una sobrina mientras el marido estaba bajo las armas,
dejando 3 hijitos: dos niñas y un varón de 10 meses.
Ningún pariente se hizo cargo de los niños; Rosa, completamente
de acuerdo con el marido y sobre todo confiando en la Divina Providencia, los
acogió en su casa como hijos. De esta manera, Rosa ¡fue madre de
catorce hijos!
En 1916 se fundó una fraternidad de
terciarios franciscanos en la parroquia de Marola, en el territorio de Vicenza.
Estaba asistida por frailes Menores del cercano convento de Santa Lucía
en Vicenza.
Eurosia Fabris de Barban fue de las
primeras que se inscribió, seguida por el hijo Sante Luigi Barban, que
también estaba casado y era padre de once hijos.
La espiritualidad franciscana dio a Rosa
motivaciones de apoyo en su vida y espiritualidad. San Francisco, partiendo del
Evangelio, había centrado sus reflexiones sobre tres misterios de la
vida del Salvador: la Encarnación, el Crucifijo y la Eucaristía,
y Rosa siguió sus huellas.
A menudo hacía referencia a la
pasión del Señor y como consecuencia sentía horror por el
pecado y compasión por los pecadores. Decía a sus hijos:
«Antes que convertiros en malvados y ofender al Señor, le ruego
siempre y de todo corazón que os hiciera morir, para que
estuviérais en su gracia». Rezaba y ofrecía la fatiga de su
jornada y sus sufrimientos para la conversión de los pecadores.
Su amor por la Eucaristía la llevaba
a hacerse cargo de que la iglesia estuviese siempre adornada y limpia y de que
sus hijos se presentasen aseados en la iglesia: «Ante el Señor
tenemos que ser bellos en el alma y también lindos en el vestido».
Su comportamiento durante la oración era ejemplar: «En la iglesia
se mostraba con recogimiento, con las manos juntas o con el rostro entre las
manos, rezando fervorosamente. Era diferente a las otras personas por su
recogimiento». Aprovechaba cualquier momento de silencio para orar.
Su reflexión sobre la pasión
del Salvador hizo nacer en el corazón de Rosa un tierno amor por Dios,
que la conducía a la obediencia y a la caridad.
Era obediente a los mandamientos de Dios y
a los preceptos de la Iglesia. El periodo histórico en el que
vivió Eurosia estuvo caracterizado en Italia por la llamada
cuestión romana, consecuencia de la conquista del Estado
Pontificio con el uso de la fuerza. Los ataques contra el Papa por parte de
políticos, periodistas e intelectuales eran frecuentes. Mama Rosa
sufría por esto y estaba convencida de que el Papa «es el vicario
de Cristo, Nuestro Señor en la tierra, es el padre de nuestras almas.
Quien ama al Papa, ama a Dios; por lo tanto hay que amarlo, respetarlo,
obedecerle y rezar por él».
La obediencia de mama Rosa se concretizaba
en la búsqueda de la voluntad de Dios, lo que constituía su
programa de vida. La veía manifestarse en las cosas menudas de la vida:
un marido «huraño y duro», un suegro sordo y enfermo,
difícil de contentar, un cuñado que fumaba cigarros, aficionado
al juego y a las malas compañías. Rosa supo atenderlos en las
peticiones justas y conducirlos poco a poco, con las palabras y el ejemplo, a
la corrección y acercamiento a las practicas religiosas. Intentaba
satisfacer a cada uno de los hijos, propios o adoptados, según el
dictamen de una recta pedagogía. Rosa se santificó aceptando como
una misión dictada por Dios, la de ser esposa y madre.
También la caridad de mama Rosa fue
sencilla. Vivió en un periodo en el que se disponía de pocos
ingresos, los efectos de la guerra del 1915-1918 en la economía se
hicieron notar durante mucho tiempo y la pobreza estaba muy difundida.
También la casa de los Barban era pobre, poseía buenos campos
productivos, pero había viejas deudas que pagar y una familia numerosa
que atender y alimentar. Rosa nunca quiso ser rica: «Creo que si yo fuera
rica, no estaría contenta como lo estoy ahora; Jesús y la Virgen
fueron pobres». Anhelaba imitar al Salvador: «También
Jesús era muy pobre, y yo no deseo otra cosa sino el amor del
Señor». En aquella situación, mama Rosa podía dar lo
que tenía: frutos del huerto y del corral, el tiempo transcurrido en los
múltiples servicios y las palabras dichas en el momento justo. Se
desprendía de la propia comida para socorrer a alguna familia pobre.
Pequeñas cosas, pequeños servicios, muy comunes pero preciosos,
de los cuales está llena la vida cotidiana.
Rosa era una costurera muy hábil y
apreciada y tenía siempre un grupito de jovencitas a las cuales
enseñaba el arte de coser, sin pedir ninguna retribución. Se
comportaba con ellas como una madre, aprovechando cualquier ocasión para
inculcarles los valores humanos y cristianos, las preparaba para formar
familias cristianas.
Murió el 8 de enero de 1932. A
través de las declaraciones hechas en el proceso de canonización
descubrimos algunos aspectos del sencillo camino de santidad de Eurosia Fabris
de Barban, para todos mamma Rosa: «Todo lo hacía para dar
gloria a Dios y salvar las otras almas» (su hermano Antonio); «Toda
la vida cotidiana de Rosa Barban estaba dedicada al perfecto cumplimiento de
sus deberes de esposa y de madre» (una vecina de casa); «Vivía
con fe activa y operante: era verdaderamente extraordinaria aunque se tratara
de su sencilla vida familiar» (una alumna suya); «Ejercitaba su
apostolado con el ejemplo y las palabras» (otra alumna). Su párroco
resumió: «Toda la vida de Rosa Barban estuvo dedicada a Dios y a su
familia».
El 22 de junio de 2005, la Iglesia
reconoció oficialmente un milagro obtenido gracias a la
intercesión de Eurosia Fabris de Barban. El 6 de noviembre de 2005, la
Iglesia la proclamó Beata.
[Texto tomado de:
http://www.ciofs.org/per/2005/lca5es43.htm]
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