Eremita Franciscano.
Gil nació en Lorenzana en 1443. Sus
padres lo formaron piadosamente. De joven se sintió atraído por
la vida eremítica. Con ofrendas recogidas de limosnas construyó
un oratorio dedicado a San Antonio de Padua, donde transcurría largas
horas en ferviente oración, gustando las suaves dulzuras de la
contemplación. El pueblo no tardó en apreciar su virtud y
acudía a él como a un santo.
Para huir a este plebiscito de
veneración, el piadoso ermitaño fijó su morada un poco
más lejos de Lorenzana, junto al pequeño santuario de "Santa
María del Cielo Calata", donde el silencio de aquella feliz soledad
hacía más agradable la permanencia para un alma sedienta
únicamente de Dios. Allí renovó la vida de los antiguos
anacoretas: silencio, trabajo y oración ocupaban su jornada. Se
contentaba con pocas horas de reposo sobre un duro jergón. Los sentidos
eran refrenados y el alma alcanzaba las más altas cumbres de la
contemplación. Pero también este eremitorio se volvió meta
de frecuentes peregrinaciones que perturbaban su soledad.
Decidió entonces dejar también
este santuario y trabajar colaborando con un colono que vivía junto al
convento franciscano de Lorenzana. Más tarde pidió y obtuvo el
hábito franciscano en calidad de hermano. Su tenor de vida fue austero:
cilicios y flagelos martirizaban sus carnes, era su alimento un poco de pan. Su
alma aspiraba al cielo. Tenía frecuentes éxtasis. Por
algún tiempo fue enviado al convento de Potenza, donde conservó
el mismo tenor de vida.
El conde Carlos de Guevara vio un
día una paloma posarse en su cabeza, mientras estaba en éxtasis.
A una mujer que lloraba por la larga ausencia del marido, Gil le predijo el
regreso. Una tal Masella Blasi de Lorenzana curó completamente con
sólo trazar el siervo de Dios la señal de la cruz en su
frente.
Unos espíritus malignos a menudo lo
atormentaban golpeándolo contra el pavimento. A veces hermanos en
religión oían los ruidos. Una grave enfermedad lo redujo en poco
tiempo. En el lecho de muerte siguió edificando a los frailes. Con gran
devoción recibió los últimos sacramentos. Murió el
10 de enero de 1518, a los 75 años de edad. Dios lo glorificó con
numerosos milagros. Su culto fue aprobado por León XIII el 27 de junio
de 1880.
[Ferrini-Ramírez, Santos
franciscanos para cada día. Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp.
17-18]
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