1 de julio - San Simeón el Loco (Salos).
Monje.
Martirologio Romano: En Emesa, ciudad de Siria, san Simeón, llamado
“Salos”, que, impulsado por el Espíritu Santo, por amor a
Cristo anheló ser tenido por los hombres como un tonto
y un plebeyo. Conmemoración también de san Juan, ermitaño, que
convivió durante casi treinta años con san Simeón, peregrinando con
él y haciendo también a su lado vida eremítica junto
al Mar Muerto.
Reza el refrán castellano que "cada maestrillo tiene
su librillo" refiriéndose a los modos diversísimos de enseñar a
los demás lo que cada uno sabe. Luego, la ciencia
pedagógica se encarga de proponer a los pedagogos la mejor
manera de transmitir el saber en cada una de las
materias, dictando normas y diciendo lo que se puede y
lo que no se puede hacer para conseguir que los
alumnos aprendan más y los maestros desperdicien menos su energía
y su tiempo. Incluso se necesitan títulos, diplomas, cursos bien
aprovechados, conocimientos de técnicas para programar, concretar objetivos, distribuir por
tiempos y evaluar los resultados para llegar a ser un
excelente maestro e incluso conseguir un puesto de trabajo. Así
hemos complicado las cosas hoy. Simeón, como vamos a ver,
rompió los esquemas de la pedagogía de todos los tiempos.
Se le cataloga como anacoreta y lo que cabe esperarse
de tal sujeto es el retiro en el desierto, la
vida de oración y la ascesis de la penitencia; con
todo ello, el solitario da testimonio y buen ejemplo que
estimula al resto de los mortales creyentes a ser menos
egoísta, más piadoso y también mejor dispuesto a hacer el
bien al prójimo con quien convive. De esta manera vivió
treinta años Simeón, pero se salió de anacoreta y se
convirtió voluntariamente en Loco.
Nació en Emesa el año 522. A
los treinta años se fue a la parte del desierto
donde el abad Nicon tenía sus dominios, ayudando a sus
monjes en la entrega y recordándoles los compromisos adquiridos. Pasados
treinta años de soledad, oración y penitencia decide dejar el
retiro para convertirse en su pueblo en el estrafalario loco
que entre risas, chanzas, lloros, brincos, gritos, gracias, amenazas, consejos,
chistes, conducta de lunático y actitudes de escándalo para los
buenos, acaba siendo la conciencia moral del pueblo. Y es
que Simeón no quiso ser un santo de cliché, ni
de esquema. Ni siquiera quiso enseñar el Evangelio como mandan
los cánones; tuvo su estilo y, poniéndolo en práctica, consiguió,
siendo Loco, hablar del Reino. No es la leyenda, la
imaginación o la fábula la que nos presenta su imagen;
es un personaje bien definido en la época, en la
geografía y en el modo razonado de actuar del modo
menos razonable que se pueda pensar; veinte años después de
muerto, el obispo de Chipre, Leoncio, escribió su vida y
milagros bien probados que le contó el diácono Juan, de
Emesa, entre Damasco y Antioquía, que supo ver con los
años la santidad de este Simeón Salos -así dice loco
en sirio- que se propuso jugar con el mundo y
reírse de él.
Comenzó su hazaña en la Edesa que le
vió nacer en otro tiempo, arrastrando a un perro muerto
que encontró en el basurero próximo, atándole una pata al
ceñidor de esparto de su hábito, corriendo y gritando por
el pueblo y llevando tras de sí una bulliciosa nube
de chiquillos que gritaban al unísono entre risas y burlas
persiguiendo al monje que se comportaba de tal guisa y
que extrañó tanto a los serios del pueblo. El primer
domingo no hace otra cosa que tirar nueces a las
velas del altar con el acierto de apagarlas, y cuando
se indignaron el presbítero y sus feligreses, se subió al
púlpito y tiró las que le quedaban a las mujeres
piadosas del templo. Volcó las mesas de los vendedores de
bollos y repostería para la ofrenda del culto, consiguiendo una
buena paliza. Contratado para vender verduras por un tabernero, repartió
entre los pobres la mercancía y dijo al de los
vinos que "le había encargado a Dios le guardara su
dinero"; reñía entre seriedad y risas a los borrachos diciéndoles
que arruinaban su vida, mientras él bebía un vaso de
buen vino; los clientes ríen sus ocurrencias y se preocupan
con sus ridículas máximas de chiflado por lo que el
negocio no le disminuye al tabernero; pensando los dueños que
quizá no estuviera tan loco el Loco abad, decidió Simeón
inventar otra locura que le evitara una posible racha buena:
estando dormida la dueña, entra en su habitación, comienza a
desnudarse, grita la señora y rueda las escaleras hasta la
calle por los mamporros que le propina el tabernero. Vive
en una cueva, la suciedad y el desaliño son ahora
su propiedad, pero pasea por el pueblo adornado con ramas
de palmera en la cabeza y colgantes de uvas y
de ajos; así va a la plaza del pueblo predicando
conversión; el Loco, entre risas y saltos, se retuerce como
un reptil por el suelo, con los puños cerrados amenaza
destrucción, para la gente es un cínico y lunático, simple,
loco o brujo. Para que no quepa ninguna duda de
su maldad, a las mozas peligrosas por su belleza las
deja con los ojos estrábicos, aunque las vuelve guapas de
nuevo si dejan que les bese los ojos tuertos, permitiendo
se les aproxime con su rala y sucia barba. No
se sabe cómo, pero no le faltan cinco sueldos para
organizar mesa y comida para pobres en la plaza del
pueblo; si alguien pensó que eso era cosas de buenos,
pregunta a las de vida alegre si aceptan su amistad
y así se ve que es para vicio su dinero
(quizá quepa reseñar que algunas de ellas terminaron en convento).
Como dijeron que no probaba bocado en la Cuaresma, apareció
a la salida de la Iglesia un Jueves Santo devorando
-que no comiendo- medio cordero. Busca ocasiones de infamia, aceptando
la calumnia de una criada joven embarazada de ser el
padre de lo que lleva en su seno; a la
hora del parto confesó la pobrecilla a su señora la
mentira, descubriendo la estrategia del Loco que la cuidó con
esmero todo el tiempo del embarazo, como si verdad hubiera
sido su aserto.
¿Por qué el santo decidió ser Salos
dejando de ser cuerdo? Cuando era anacoreta, se acostumbró a
la pobreza, no le costaba ser casto, le importaba poco
la soledad, no le escocía la falta de sueño, el
trabajo era normal, comer yerbas cocidas no tenía más interés,
el calor, el frío y la penitencia dura no le
metían en el lecho. Todo era poco por Cristo; Él
merecía más de eso. Pero la soberbia, el amor propio,
el orgullo, la fama era otro cuento; que le dijeran
"santo" le daba gozo y que le llamaran "penitente observante"
le traía consuelo; sí, de novicio, de profeso, de asceta
consagrado... siempre tenía serpeando la soberbia enredada en su cuerpo.
Amando a Dios tanto, pensó que era preciso reírse de
sí, del mundo y llegar al desprecio. La locura era
buen recurso para limpiar el desierto del orgullo que bajo
capa de santo se puede encerrar en el anacoreta de
su tiempo, porque parecía intentar batir récords de hambres y
querer superar marcas de penitencias anteriores. Para hacer el bien,
sin peligro de que le llamaran "bueno", la locura fue
el remedio cierto; así podía aparecer como frívolo, malo, juerguista,
pecador, tonto, necio, Loco o Salos que es lo mismo.
Si, además, a Dios le gustó el trabajo de su
bufón risueño, profeta, taumaturgo, excéntrico escandaloso, payaso que sompía el
envaramiento tieso de los creyentes premiándolo con milagros ¿qué "peros"
podremos ponerle al método pedagógico de Simeón Salos?
Fuente: http://www.es.catholic.net/santoral/articulo.php?id=318
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