Mártir
Martirologio Romano: En
Casillas de Martos, Jaén, España, Beata Francisca de la Encarnación, en
el siglo María Francisca Espejo Martos, religiosa de la Orden de la
Santísima Trinidad, asesinada por odio a la fe. († 1937)
En 1936, desde su misión de tornera, la religiosa española Francisca Espejo Martos escuchaba aterrorizada las pésimas noticias que penetraban por las rejas del convento trinitario de Martos, Jaén, su ciudad natal, atentando contra la paz que latía en la comunidad. El terror que le producían los clarines de muerte trazó provisionalmente una escurridiza pirueta sobre su vida al intervenir la priora, quien caritativamente la dispensó de su responsabilidad para ahorrarle sufrimientos, y hallarse a resguardo de los captores en casa de su hermano, por un tiempo. Pero su fin estaba ya trazado y dispuesta para ella la gloria del martirio.
Su
biografía había comenzado el 2 de febrero de 1873, día de su
nacimiento. Huérfana de madre y responsable de un hermano menor, cuando
su padre se desposó nuevamente, se instaló junto a su tía Rosario,
priora del convento trinitario, y siguió sus pasos en la vida religiosa.
Profesó en 1894 y fue viendo caer las hojas del calendario entregada a
la oración y realizando las labores domésticas con espíritu de
mansedumbre y sencillez, siendo el paño de lágrimas de los pobres a los
que socorría. Alguien que la conoció de cerca, sintetizó su ejemplar
vida cotidiana diciendo: "Era muy buena; todo lo que se diga es poco".
Durante
años nada hacía presagiar la tormenta que se cernía en el horizonte
hasta que las llamas devoraron las iglesias de Nuestra Señora de la
Villa y de San Amador, la fatídica madrugada del 18 al 19 de julio de
1936. Dos días más tarde el convento de las madres trinitarias estaba en
el punto de mira de los perversos sanguinarios que penetraron en el
recinto y las dejaron desprovistas de todo, viéndose obligadas a buscar
cobijo entre gentes de buen corazón. Junto a su tía, Encarnación siguió
realizando en casa de su hermano lo que mejor sabía hacer: orar y
trabajar. ¿Ofendían a alguien con este proceder?
Enero
de 1937 vino cargado de malos augurios. El día 11, su tía, su cuñada y
ella misma fueron apresadas. Su hermano, que les había precedido en este
desatino, fue liberado. Entre el importante número de religiosos que
estaban marcados de forma ignominiosa por los milicianos para derramar
su sangre, algunos fueron liberados en medio de distintas
circunstancias; en el caso de su tía Rosario, por motivos de avanzada
edad y solo después de que los verdugos fueran increpados por un testigo
de tan inhumana afrenta, ya que la religiosa caminaba penosamente por
la calle hallándose entre los señalados para morir.
Las
bendiciones habían llovido sobre la localidad con numerosas vocaciones y
los que había determinado segar sus vidas decidieron reducir los
ajusticiados eligiendo únicamente a los responsables de cada Orden. Sin
embargo en el caso de las trinitarias detuvieron a dos erróneamente; una
era Encarnación mientras la priora había quedado a salvo. En el
calabozo compartía con otras religiosas temblores y angustia; veían
pasar el tiempo unidas en la oración y alentadas por el ejemplo de los
primeros mártires. Alguna de ellas se libró de la muerte. Pero la
presión ejercida por el responsable de su excarcelación no pudo
extenderse a las restantes. Y el 13 de enero las obligaron a subir a una
destartalada camioneta conduciéndolas a varios kilómetros distantes de
su localidad natal, concretamente a Casillas de Martos.
La
bajeza y brutalidad de los asesinos se mostró con toda su crudeza
cuando después de fusilar cobardemente frente a una tapia a los
numerosos varones que habían capturado, se propusieron violentar a las
tres religiosas, una de ellas Encarnación, en el barranco que se hallaba
enfrente del cementerio. Ellas se defendieron con uñas y dientes. Y en
medio de tan bárbara lucha, los viles verdugos, contrariados e
impotentes, al no lograr sus propósitos dejaron fluir toda su rabia
destrozando el cráneo de la beata con varios culatazos de escopeta; su
cuerpo abandonado mostraba huellas estremecedoras de fiereza.
Encarnación tenía entonces 64 años.
Por
desgracia, la historia continúa ensangrentando sus páginas al cercenar
brutalmente la vida de personas inocentes, cuyo único "delito" es
profesar la fe, legítima opción canonizada en 1948 por la Declaración
Universal de Derechos Humanos (art. 2), aunque sigue siendo impunemente
vulnerada. Los intolerantes, pertrechados en la fuerza de las armas y la
cobardía de los improperios, han arrasado los altos ideales y nobles
sueños de quienes únicamente hicieron del amor la senda de su acontecer.
Benedicto
XVI la beatificó el 28 de octubre de 2007. Su cuerpo incorrupto se
conserva en el monasterio de la Santísima Trinidad de Martos.